El auge de las tecnologías digitales y el entretenimiento centrado en pantallas ha sido objeto de bromas sobre la disminución de nuestra capacidad de atención. Sin embargo, existe una base científica que respalda esta observación. Según el neurólogo y autor Richard E. Cytowic, en su libro «Your Stone Age Brain in the Screen Age», la disminución de la capacidad de atención es un efecto secundario de la explosión de distracciones digitales. Cytowic argumenta que nuestro cerebro, sin cambios significativos desde la Edad de Piedra, no está preparado para enfrentar la influencia de las tecnologías modernas.
Desde una perspectiva ingenieril, el cerebro tiene límites energéticos fijos que determinan cuánto trabajo puede manejar. El exceso de carga provoca estrés, que a su vez lleva a la distracción y al error. La resiliencia es clave para manejar el estrés, ya que todas las demandas que nos alejan de la homeostasis provocan tensión. Las distracciones de las pantallas son un claro ejemplo de perturbación del equilibrio homeostático, un fenómeno que Alvin Toffler ya anticipó en 1970 con el término «sobrecarga de información».
La sobrecarga visual es más problemática que la auditiva, ya que las conexiones ojo-cerebro superan en número a las conexiones oído-cerebro. La percepción visual ha ganado prominencia a lo largo del tiempo, priorizando la entrada simultánea sobre la secuencial. Los smartphones, por razones anatómicas y evolutivas, superan a los teléfonos convencionales. La cantidad de información que nuestros ojos pueden procesar está limitada por la capacidad del cristalino para transferir datos a la corteza visual primaria.
La tecnología digital ha creado un flujo constante de energía radiante que bombardea nuestros sentidos, una situación para la que no estamos biológicamente preparados. Aunque nuestra biología es adaptable, no puede seguir el ritmo vertiginoso de los cambios tecnológicos y culturales. Estudios han demostrado que la capacidad de atención ha disminuido drásticamente, pero el término «capacidad de atención» es más coloquial que científico. Las diferencias individuales en la capacidad para afrontar eventos estresantes son significativas.
La neurociencia distingue entre atención sostenida, selectiva y alternante. La atención sostenida permite concentrarse durante largos periodos, la selectiva filtra distracciones y la alternante facilita el cambio entre tareas. El coste energético de cambiar de atención repetidamente puede superar los límites de nuestro cerebro de la Edad de Piedra, resultando en una disminución de la concentración y la memoria. La evolución de la tecnología digital ha puesto en constante cambio el statu quo, exigiendo nuestra atención de manera continua y afectando nuestra capacidad de respuesta.