El cerebro humano, en particular el hipocampo, desempeña un papel crucial en nuestra capacidad de orientación y percepción espacial. Sin embargo, el estilo de vida moderno, combinado con el uso intensivo de tecnologías digitales como Google Maps, está contribuyendo al deterioro de estas habilidades. Desde la infancia, muchos niños carecen de experiencias que estimulen su orientación natural, lo que afecta tanto su desarrollo cognitivo como su conexión con el entorno natural.

El hipocampo, una estructura del cerebro con forma de caballito de mar, es esencial para nuestra orientación espacial. Los taxistas de Londres, famosos por aprobar «The Knowledge», una prueba que implica memorizar las calles de la ciudad, tienen hipocampos bien desarrollados. Sin embargo, estudios realizados por la University College London en 2011 revelaron que esta área del cerebro disminuye significativamente tras la jubilación. Este fenómeno sugiere que el uso activo de nuestras habilidades de navegación fortalece esta región del cerebro.

Un hombre de mediana edad con cabello corto y rizado, vistiendo una chaqueta gris y una camiseta negra, sonríe levemente mientras posa al aire libre. De fondo se puede apreciar un mosaico colorido con tonos naranjas y un entorno natural con vegetación difusa.

En contraste, los niños que crecen en entornos urbanos tienen pocas oportunidades para desarrollar su orientación. Muchos ni siquiera saben distinguir entre los puntos cardinales si no utilizan sus teléfonos. Esto refleja cómo la tecnología ha sustituido las herramientas tradicionales de navegación, como los mapas de papel y las brújulas, debilitando habilidades que los humanos han utilizado durante milenios.

Desde el lanzamiento de Google Maps en 2005, la promesa de nunca perdernos ha redefinido nuestra relación con el espacio. Sin embargo, esto ha venido acompañado de un declive en el tiempo que pasamos al aire libre, especialmente entre los niños. Según encuestas, tres cuartas partes de los niños pasan menos tiempo al aire libre que los presos, lo que contribuye a problemas como la agorafobia y la biophobia, una aversión hacia la naturaleza. Esta desconexión con el entorno natural puede generar indiferencia hacia la conservación ambiental.

Además, nuestra dependencia de las aplicaciones de navegación ha llevado a lo que los expertos llaman desorientación topográfica del desarrollo. Esto se traduce en una percepción espacial alterada y, en algunos casos, afecta la salud mental. La experiencia digital, en lugar de mejorar nuestra conciencia espacial, nos enajena de la realidad física, creando una sensación de «estar perdido» no solo físicamente, sino también existencialmente.

Históricamente, las civilizaciones han orientado sus mapas en función de creencias culturales y religiosas. En la antigüedad, el este, asociado con el sol naciente y la vida, era el punto cardinal principal. Mapas medievales como el Mappa Mundi colocaban el este en la parte superior, destacando su importancia. En contraste, los mapas islámicos situaban el sur en la parte superior, alineándose con la ubicación de La Meca.

La brújula, introducida en Europa en el siglo XIII, revolucionó la navegación. Sin embargo, no fue hasta el siglo XVI que los mapas adoptaron el norte como la dirección principal, gracias al cartógrafo Gerardus Mercator. Este cambio, influenciado por el dominio marítimo europeo, consolidó al norte como la orientación estándar, aunque históricamente había sido asociado con frío y oscuridad.

Ante esta desconexión, es crucial recuperar habilidades básicas de orientación para mejorar nuestra conexión con el entorno y nuestra salud mental. Aquí hay algunas recomendaciones:

  1. Usar una brújula: Incluso las digitales pueden ayudarnos a identificar los puntos cardinales y apreciar la relación entre el tiempo y el espacio.
  2. Volver a los mapas de papel: Esta práctica no solo fomenta la conciencia espacial, sino que convierte cualquier recorrido en una pequeña aventura.
  3. Sentir el viento: Identificar la dirección del viento puede ser una forma de reconectar con los elementos y «anclarnos» en el presente.
  4. Perderse deliberadamente: Apagar el teléfono y explorar sin rumbo definido puede ser una experiencia enriquecedora que agudice nuestros sentidos.

Aunque la tecnología ha facilitado muchas tareas, su impacto en nuestra orientación y conexión con la naturaleza no debe ser subestimado. Reaprender a orientarnos sin depender de dispositivos digitales no solo enriquece nuestra percepción del mundo, sino que también fomenta una relación más saludable con nuestro entorno. Al final, como sugieren los principios de la psicoterapia, entender dónde estamos puede ayudarnos a comprender mejor quiénes somos.

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