En la actualidad, la frecuencia con la que mostramos nuestra identificación física es limitada, ya sea para comprar productos restringidos por edad, recoger recetas o entrar a un bar. Sin embargo, la aparición de las licencias de conducir móviles (mDL) y otras formas de identificación digital, disponibles en las carteras digitales de Google y Apple, está ampliando el número de situaciones en las que se nos exige presentar una identificación. Aunque este avance tecnológico promete mayor comodidad, también conlleva riesgos significativos en cuanto a la privacidad y la seguridad.
Las mDL y las identificaciones digitales se están desplegando más rápidamente de lo que los estados pueden adaptar las leyes para proteger la privacidad de los usuarios. Los defensores de estas tecnologías destacan su conveniencia, pero su implementación podría ir más allá de las situaciones habituales, llegando a exigir la verificación de edad en áreas polémicas, como en las leyes de censura, donde se limitaría el acceso a ciertos contenidos. Asimismo, este nuevo tipo de identificaciones digitales podría usarse en contextos sensibles, con el potencial de crear un régimen de seguimiento de datos sin precedentes.
El debate sobre la correcta implementación de estas tecnologías a menudo eclipsa una pregunta fundamental: ¿deberíamos adoptarlas en absoluto? Si bien existen salvaguardas recomendadas, es crucial defender el derecho de cada persona a seguir utilizando documentos físicos en lugar de migrar hacia lo digital. Además, es esencial que se informe y capacite a los usuarios para que comprendan las implicaciones de estas tecnologías, en lugar de promoverlas indiscriminadamente como una solución universal.
Con los avances en hardware, los teléfonos modernos pueden almacenar datos sensibles con altos niveles de seguridad. Un concepto clave es el Trusted Platform Module (TPM), un tipo de hardware que permite ejecutar entornos seguros dentro de los dispositivos, protegiendo la información personal. En el caso de las mDL, los datos no se sincronizan con la nube, sino que permanecen en el dispositivo. Además, si el teléfono se pierde o es robado, es posible borrar la credencial de forma remota.
Algunos estados, sin embargo, han desarrollado sus propias aplicaciones de mDL que deben descargarse desde una tienda de aplicaciones. La seguridad de estas plataformas puede variar, al igual que los datos a los que tienen acceso. En Europa, por ejemplo, se están creando marcos de identidad digital (eIDAS) que permiten la existencia de «carteras abiertas», sin depender exclusivamente de grandes empresas tecnológicas como Google o Apple para almacenar estas identificaciones.
Los defensores de las mDL a menudo mencionan ejemplos donde solo se compartiría la información necesaria, como demostrar ser mayor de 21 años sin proporcionar otros detalles. Este enfoque, conocido como «reclamación abstracta», ofrece ventajas de privacidad. Sin embargo, el riesgo a largo plazo es que la identificación digital se utilice en muchos más contextos, lo que aumentaría drásticamente la frecuencia con la que nuestros datos personales se compartan, ya sea en el mundo físico o en el digital.
Mientras que las mDL actualmente se utilizan principalmente en aeropuertos con la TSA, este uso podría expandirse a otras áreas gubernamentales y comerciales. El gobierno federal ya ha impulsado el uso del REAL ID, un programa que ha sido criticado por su enfoque en la eliminación de la privacidad, especialmente para personas indocumentadas o vulnerables.
La adopción de identidades digitales plantea problemas para las personas con menos recursos. Millones de ciudadanos no cuentan con un documento de identidad ni acceso a smartphones modernos, lo que los excluye de estos sistemas digitales. Además, la dependencia de la verificación de identidad en línea puede resultar en la denegación automática de servicios vitales para quienes enfrentan barreras como multas impagas o la falta de documentación adecuada.
Es importante recordar que la digitalización no es una solución única para todos, y no debería imponerse como una obligación para quienes no desean o no pueden acceder a ella. Si bien algunas personas pueden encontrar conveniente el uso de identificaciones digitales, otros dependen de servicios presenciales o de la interacción con personas para acceder a servicios esenciales.