Marietje Schaake, exmiembro del Parlamento Europeo y actual directora de políticas internacionales en el Stanford University Cyber Policy Center, aborda la creciente influencia de las grandes tecnológicas y su impacto en la democracia. En su libro «The Tech Coup: How to Save Democracy from Silicon Valley», Schaake explora cómo estas empresas han transformado el panorama político y económico global.
A diferencia de las grandes empresas del pasado, las tecnológicas actuales tienen un alcance que se extiende a múltiples aspectos de la vida cotidiana, desde la economía hasta la geopolítica. Estas empresas poseen vastas cantidades de datos y controlan infraestructuras críticas, lo que les otorga un poder sin precedentes. A medida que la inteligencia artificial se integra en sus operaciones, su influencia se amplifica, diferenciándolas de los monopolios tradicionales que operaban en sectores más limitados.
Schaake critica la idea de tratar a las grandes tecnológicas como estados-nación, argumentando que los gobiernos deben reafirmar su autoridad democrática. La comparación con estados es comprensible debido al poder de decisión que estas empresas han adquirido, pero la solución radica en fortalecer la gobernanza democrática y asegurar que las tecnológicas operen dentro de un marco legal adecuado, sin usurpar el papel del estado.
La elección de Donald Trump ha acercado intereses tecnológicos específicos al poder político, especialmente en Estados Unidos. Con el apoyo de capitalistas de riesgo y figuras como Elon Musk, la administración Trump ha promovido una agenda desreguladora que podría beneficiar a ciertas empresas tecnológicas. Sin embargo, esta cercanía plantea desafíos, ya que otras compañías podrían no estar satisfechas con el predominio de Musk en la política tecnológica.
La narrativa de las tecnológicas como fuerzas descentralizadoras ha dificultado la regulación, ya que se presentan como defensoras del internet libre. Políticos como Elizabeth Warren han intentado abordar el poder excesivo de estas corporaciones, pero en general, los líderes políticos no han enfrentado este desafío de manera efectiva. La percepción de incompetencia gubernamental en asuntos tecnológicos ha sido fomentada por las propias empresas, dificultando la acción política.