Investigadores de la Universidad de Bristol y la Autoridad de Energía Atómica del Reino Unido han desarrollado la primera batería de diamante del mundo, alimentada por carbono-14 radiactivo. Este avance podría revolucionar el suministro energético, permitiendo que dispositivos electrónicos funcionen durante miles de años sin necesidad de cambiar la batería.
Para lograr este hito, los científicos aprovecharon las propiedades del carbono-14, un isótopo utilizado comúnmente en la datación de restos arqueológicos. Este isótopo se descompone en nitrógeno-14 mediante un proceso llamado desintegración beta, generando un flujo constante de electrones que puede alimentar dispositivos electrónicos en miniatura.
El carbono-14 tiene una vida media extraordinariamente larga de 5,700 años, lo que significa que una batería de diamante de este tipo podría funcionar teóricamente durante más de 10,000 años antes de que su capacidad de carga disminuya por debajo del 50%. Para garantizar la seguridad, los investigadores encapsularon pequeñas cantidades del isótopo en diamante, utilizando un equipo de plasma especializado para fabricar las baterías mediante la impresión 3D de cristales de diamante artificiales.
La Universidad de Bristol propuso por primera vez el concepto de baterías de diamante en 2016, y ahora, casi una década después, se ha convertido en una realidad. Según Sarah Clark, Directora del Ciclo de Combustible de Tritio en UKAEA, estas baterías ofrecen una forma segura y sostenible de proporcionar niveles continuos de energía de microvatios.
Las aplicaciones potenciales de estas baterías son variadas y prometedoras. Podrían alimentar implantes médicos de larga duración, como marcapasos o implantes oculares, eliminando la necesidad de cirugías riesgosas para cambiar las baterías. También serían ideales para dispositivos electrónicos en entornos extremos, como sensores enterrados, equipos de exploración espacial o estaciones de monitoreo aisladas.
Además, se propone su uso para alimentar etiquetas de seguimiento y transmisores para monitorear naves espaciales, escombros orbitales o embarcaciones marítimas, ofreciendo una solución energética que podría durar décadas sin intervención humana. El profesor Tom Scott, del equipo de ciencia de materiales de la Universidad de Bristol, destaca la emoción de explorar estas posibilidades junto con socios industriales y de investigación en los próximos años.