En un mercado caótico y abarrotado de Lagos, Nigeria, un joven conocido como Baba Anwar sobrevive recolectando residuos electrónicos. Como miles de compatriotas, Anwar trabaja en el reciclaje informal de dispositivos electrónicos descartados, un negocio que prospera en lugares como el mercado de Ikeja Computer Village, donde la tecnología obsoleta encuentra una segunda vida. Este microcosmos ilustra un desafío global: cómo gestionar los desechos electrónicos y satisfacer la creciente demanda de metales críticos necesarios para la transición energética y tecnológica.

El mundo genera más de 68 millones de toneladas de residuos electrónicos al año, una cifra que podría alcanzar los 75 millones de toneladas en 2030, según datos de la ONU. Apenas el 22% de estos residuos se recicla formalmente, mientras que el resto termina en vertederos, incinerado o abandonado, sobre todo en países desarrollados. Este desperdicio masivo incluye metales esenciales como oro, cobre, cobalto, y tierras raras, indispensables tanto para la electrónica de consumo como para las tecnologías de energía renovable.

Taller en Ikeja Computer Village con un ordenador en funcionamiento y cables colgando del techo. En el fondo, un hombre recolecta residuos electrónicos mientras los negocios operan ajetreadamente.

Cada dispositivo electrónico contiene una compleja combinación de elementos: un smartphone típico puede incorporar hasta dos tercios de los elementos de la tabla periódica, incluyendo litio, níquel, indio y europio. Sin embargo, extraer y procesar estos metales de manera sostenible plantea enormes desafíos técnicos, ambientales y sociales.

La transición global hacia la energía limpia ha desatado una nueva fiebre por los metales críticos. Para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París, se necesitará duplicar la cantidad de cobre extraída en toda la historia humana en solo 20 años. La demanda de litio, fundamental para las baterías de vehículos eléctricos (VE), podría multiplicarse por 15 para 2050, mientras que el níquel y el cobalto también experimentarán aumentos significativos.

La minería, aunque indispensable, tiene un costo ambiental y social alarmante. En Estados Unidos, es la principal fuente de contaminación tóxica y ha devastado casi la mitad de las cuencas hidrográficas del oeste del país. Además, genera millones de toneladas de residuos peligrosos, almacenados en presas que, si fallan, provocan desastres ambientales y humanos, como ocurrió en Brasil y Canadá. A nivel global, las operaciones mineras consumen cantidades desmesuradas de agua y energía, emitiendo hasta el 7% de los gases de efecto invernadero del planeta.

Pasillo abarrotado en el mercado de Ikeja Computer Village, con tiendas en varios niveles que ofrecen servicios de reparación, venta y reciclaje de productos electrónicos. Personas caminan entre los puestos en un ambiente concurrido.

Ante el impacto devastador de la minería, el reciclaje parece una solución obvia. Sin embargo, es un proceso costoso y técnicamente complejo. Recuperar materiales valiosos de dispositivos electrónicos requiere desmontaje, separación y refinado en múltiples etapas, a menudo con equipos sofisticados que muchos países en desarrollo no poseen.

En Nigeria, por ejemplo, el reciclaje de e-waste es mayoritariamente informal. Emprendedores como Tijjani Abubakar lideran redes que recolectan y clasifican dispositivos electrónicos, principalmente teléfonos móviles, para exportarlos a recicladores en Europa y Asia. Este sistema genera ingresos para miles de trabajadores, pero también plantea graves riesgos ambientales y de salud. Técnicas como quemar cables para extraer cobre liberan gases tóxicos, mientras que el uso de ácidos para recuperar oro en placas de circuito contamina suelos y aguas.

A nivel global, menos del 1% del litio y apenas el 5% de las baterías de litio se reciclan. Este bajo porcentaje se debe en parte al riesgo de incendio que representan estas baterías durante su transporte y manejo. Aunque países como China lideran en reciclaje, regiones como Norteamérica y Europa enfrentan obstáculos logísticos y económicos que limitan su eficacia.

Gráfico que muestra la baja tasa de reciclaje de smartphones en Estados Unidos. De los 239 millones de teléfonos en uso, solo el 15% se reciclará. Los dispositivos contienen aproximadamente 1.000 millones de dólares en metales críticos, como 4.206 toneladas de cobre, 263 toneladas de litio, 92 toneladas de plata, 9 toneladas de oro y 4 toneladas de paladio.

Empresas innovadoras intentan cerrar esta brecha. Closing the Loop, una startup neerlandesa, ha desarrollado un modelo de reciclaje sostenible en África, exportando dispositivos recolectados a recicladores europeos bajo estrictos estándares ambientales. Aunque prometedor, este enfoque enfrenta altos costos, desde el transporte hasta el tratamiento de materiales no reciclables como plásticos.

En países desarrollados, compañías como Redwood Materials en Estados Unidos y Li-Cycle en Canadá están construyendo grandes instalaciones para reciclar baterías de vehículos eléctricos y otros dispositivos. Sin embargo, aún enfrentan desafíos significativos, como la falta de un sistema eficiente para recolectar baterías usadas.

Además, nuevas tecnologías podrían cambiar las reglas del juego. Investigadores en Reino Unido y Estados Unidos están desarrollando métodos más económicos para extraer metales raros de residuos. Incluso se están explorando plantas hiperacumuladoras que absorben metales como níquel y cobalto del suelo, una técnica con potencial tanto para minería sostenible como para la restauración ambiental.

Joven cargando varios dispositivos electrónicos en el mercado de Ikeja Computer Village en Lagos, Nigeria. El mercado es un centro caótico de comercio y reciclaje de residuos electrónicos, donde se reutilizan y desmontan dispositivos obsoletos.

Si bien el reciclaje es crucial, no puede satisfacer la creciente demanda global de metales críticos. Será necesario un enfoque multifacético que incluya la reutilización de dispositivos, el diseño de productos más duraderos y fáciles de reciclar, y políticas que promuevan la responsabilidad extendida de los productores.

Reducir la dependencia de materiales vírgenes también requerirá un cambio cultural en la forma en que consumimos tecnología. Productos reacondicionados, como teléfonos y computadoras, son una opción viable que podría aliviar la presión sobre los recursos naturales.

En última instancia, la transición hacia un futuro más sostenible dependerá no solo de cómo gestionemos nuestros residuos y fuentes de energía, sino también de un replanteamiento más amplio sobre cómo utilizamos y valoramos los recursos naturales. El desafío será lograrlo sin repetir los errores del pasado.

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