Hace más de una década, un grupo de investigación utilizó el editor de genomas CRISPR para acelerar la evolución en las moscas de la fruta, logrando que un gen se propagara en la población de laboratorio mucho más rápido de lo que lo haría en la naturaleza. Este avance, seguido por aplicaciones en mosquitos y ratones, ha generado una mezcla de promesas tecnológicas y complejidades éticas.
Los defensores de los «impulsores genéticos» destacan su potencial para prevenir enfermedades transmitidas por insectos, eliminar especies invasoras y ayudar a prevenir la extinción de especies en peligro. Sin embargo, hasta ahora, las plantas habían permanecido al margen de estos avances.
Recientemente, genetistas han logrado que los «impulsores genéticos» sintéticos funcionen también en las plantas. Dos equipos han modificado de forma independiente la planta Arabidopsis thaliana, popular en trabajos de laboratorio, para portar una carga genética que se hereda en hasta el 99% de los descendientes. Modelos sugieren que un gen similar podría permear una población natural de plantas en 10 a 30 generaciones. Este avance ha sido calificado como «asombroso» por expertos en el campo.
Estos «impulsores genéticos» abren nuevas posibilidades para combatir malas hierbas que han desarrollado resistencia a muchos herbicidas, o para transformar especies para que sean menos problemáticas. Esto podría ser de gran valor para la gestión sostenible de malas hierbas. No obstante, también existen desafíos, como la aceptación por parte de los agricultores y la obtención de aprobaciones regulatorias.
Obtener la aprobación para liberar cultivos genéticamente modificados es un proceso largo y costoso en Estados Unidos, y más aún para liberar malas hierbas modificadas. Los «impulsores genéticos» naturales, donde las reglas de herencia se rompen, son raros. Algunos tramos de ADN llamados «elementos tóxico-antídoto» han evolucionado para propagarse en una población, aunque no mejoren el éxito del organismo.
Los «impulsores genéticos» artificiales más recientes utilizan CRISPR para mejorar dramáticamente las probabilidades de que una secuencia de ADN sea heredada. En las plantas, un sistema incluye la enzima Cas9 que corta el ADN y desactiva un gen esencial, mientras un gen de rescate evita la desactivación. Este método se ha demostrado efectivo en Arabidopsis, con hasta el 99% de las semillas portando el gen modificado.
El éxito de estos sistemas en plantas sugiere nuevas maneras de controlar malas hierbas resistentes a herbicidas. Por ejemplo, la hierba pigweed (Amaranthus palmeri) podría ser manejada para hacerla más benigna sin eliminarla completamente. Sin embargo, los «impulsores genéticos» sólo funcionan en plantas que polinizan a sus vecinos, lo cual no es el caso de todas las malas hierbas problemáticas.