En un reciente descubrimiento del reportero Janko Roettgers, se reveló una patente preocupante presentada por Roku, el fabricante de dispositivos de streaming, que propone un nuevo nivel de inserción de anuncios personalizados a través del puerto HDMI. Esta función permitiría a las televisores de Roku monitorear las señales de video y, al pausar el contenido, inyectar publicidad dirigida, una extensión significativa de las capacidades de vigilancia de la compañía.
La patente es solo un ejemplo del cambio inquietante en los productos de consumo tras su compra, lo cual puede sentirse intrusivo e incluso hostil para los usuarios. Además, Roku actualizó recientemente sus términos de servicio, complicando aún más las cosas para los consumidores al requerir aceptación para seguir utilizando sus servicios, una práctica que ha llevado a los usuarios a sentir que sus dispositivos están siendo «secuestrados» legalmente.
Este fenómeno se une a otro preocupación moderna denominada «enshittification», término acuñado por Cory Doctorow para describir cómo los productos digitales de calidad se degeneran con el tiempo. Roku, a pesar de perder dinero en dispositivos físicos, ha encontrado un lucrativo negocio en la publicidad, transformando su modelo de negocio hacia un enfoque más centrado en anuncios y servicios.
Paralelamente, el concepto de propiedad se ha visto diluido con restricciones de gestión de derechos digitales (DRM), que impiden a los usuarios modificar los dispositivos que poseen. Este enfoque ha sido evidente en diferentes sectores, desde impresoras que se vuelven inutilizables hasta coches cuya funcionalidad puede modificarse a distancia.
Este declive en la calidad y control sobre los productos que compramos genera una atmósfera de insatisfacción entre los consumidores, reflejada no solo en tecnología, sino en una amplia gama de bienes de consumo. La situación actual evidencia una falta de respeto hacia el consumidor, impulsada por una búsqueda incansable de mayores márgenes de beneficio a costa de la experiencia del usuario.
La insistencia de las empresas en monetizar cada aspecto de sus servicios, a pesar del detrimento que esto pueda representar para la experiencia del consumidor, es un claro indicativo de que la era de la «enshittification» podría estar extendiéndose más allá de su significado digital original, abarcando una sensación de deterioro generalizado en la calidad y el respeto por el cliente.