Obsolescencia Programada: Cómo la tecnología nos está dando muerte

En las últimas décadas, cada avance significativo en la organización tecnológica de la producción ha desencadenado predicciones apocalípticas. Hoy, el avance de la inteligencia artificial (IA) se ve por muchos como un paso más en el largo camino del progreso, evocando metáforas antiguas sobre la tecnología como herramienta para intensificar nuestra humanidad. Sin embargo, la IA se distingue de otras tecnologías por su capacidad para amplificar no solo nuestras capacidades físicas, sino también las cognitivas.

Desde los primeros días de la investigación en IA, el objetivo ha sido modelar el pensamiento humano. A pesar de los desafíos iniciales, como los destacados por el filósofo Hubert Dreyfus, hemos avanzado considerablemente. Hoy, las computadoras superan a los humanos en juegos estratégicos como el ajedrez y el Go, demostrando capacidades que van más allá de la simple fuerza bruta en el cálculo.

Este progreso, sin embargo, plantea interrogantes significativos. La IA prometía liberarnos de tareas repetitivas, permitiéndonos enfocarnos en emprendimientos creativos. Pero su desarrollo también sugiere la posibilidad de que la IA pueda reemplazar a los humanos en roles que consideramos enriquecedores. Esta perspectiva es especialmente inquietante en un contexto capitalista, donde la eficiencia y la rentabilidad a menudo dictan el curso de la innovación tecnológica.

Más allá de las preocupaciones económicas, la proliferación de la IA plantea preguntas fundamentales sobre nuestra esencia como seres humanos. La filosofía moderna ha explorado, y en ocasiones cuestionado, lo que significa ser humano, un debate que la IA hace más urgente. Si la IA puede realizar actividades que definimos como intrínsecamente humanas, ¿qué queda entonces para nosotros?

La promesa del capitalismo es que el empeño humano más elevado puede coexistir con el motivo de lucro. Sin embargo, la IA desafía esta noción al ofrecer un futuro donde las máquinas no solo realicen la mayoría de las tareas mejor que nosotros, sino que también se vuelvan autónomas en su aprendizaje.

Este escenario no solo plantea la posibilidad de un colapso económico, sino también el vaciamiento de lo que significa ser humano. En un mundo donde la IA puede satisfacer casi todas las necesidades y realizar la mayoría de las funciones, la humanidad podría enfrentarse a una crisis de obsolescencia.

Enfrentamos, por tanto, un dilema crítico: cómo equilibrar el avance tecnológico con la preservación de aquello que nos define. La IA tiene el potencial de transformar radicalmente nuestra sociedad, economía y sentido de identidad. A medida que avanzamos en esta nueva era, es crucial reflexionar sobre el tipo de futuro que deseamos y cómo la inteligencia artificial se ajusta a esa visión. Debemos preguntarnos no solo qué podemos hacer con la IA, sino también qué queremos hacer con ella, y qué significa, en última instancia, ser humano en un mundo cada vez más definido por las máquinas.

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